8/12/15

Cuatro apellidos… para un debate

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Los cuatro candidatos.
De izquierda a derecha el fornido, el casual, el ejecutivo y la señora bien

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El momento más divertido del debate,
el ejecutivo muestra una foto suya a la señora bien


Tres candidatos y una segundona montaron un debate para pedir el voto. Uno vestido de ejecutivo, otro de señora bien, un tercero con ropa casual y el cuarto un mixto entre ejecutivo/casual con chaqueta que pedía a gritos un cuerpo menos fornido y más bajo.

La señora bien, el casual, el ejecutivo y el tipo fornido tenían a su disposición una banqueta de bar, una mesa de atrezo y un vaso de agua. Ni botella, ni atril, ni móvil, ni tabletas. Todo muy espartano acorde a los tiempos de crisis. Sólo el hombre casual disfrutó de la posesión de un bolígrafo tipo "bic", seguramente traído de contrabando.

Frente a ellos, con mesa, con agua y con tableta, una pareja de periodistas hacia preguntas incisivas, decisivas, marcaba los tiempos, sonreían y pensaban en la audiencia. Un despliegue épico de 500 personas, 100 cámaras, 70 micrófonos, 10.000 bombillas led y los dos presentadores… para cuatro personas. Además de público –vestido para la ocasión– con la prohibición de hablar, cuchichear o gesticular... en las redes ya se comenta que eran maniquíes. Si en vez de ser cuatro los invitados al debate son ocho… la cadena se arruina.

Sin posibilidad de resguardar sus cuerpos detrás de un atril, los tres candidatos y la segundona no tuvieron más remedio que mostrar su dominio del lenguaje corporal. No fue gran cosa, las manos permanecían juntas a la altura del ombligo o de los genitales cuando no hablaban. La excepción fue la señora bien, ella colocaba ambas manos a la derecha e izquierda de sus muslos… ni en el ombligo, ni delante del sexo. En eso denotaba su clase, modales y posiblemente una educación refinada como merece la hija única de una familia de clase media alta.

Continuando con el tema gestual, hacer referencia que los cuatro levantaban las manos, las juntaban separaban y incluso señalaban con el índice al hablar, la señora bien también… a pesar de su educación. Todo ello muy clásico y previsible. Como curiosidad añadir que el hombre casual, cuando quería solicitar turno de replica, levantaba la mano bolígrafo en ristre. Actitud que denota un pasado de estudiante aplicado, preguntón y respondón. Los entrevistadores hicieron caso omiso del bolígrafo levantado.

El fondo y la forma del debate fue lo habitual en estos casos. Se zurraron entre ellos y juntos abochornaron a la señora bien. La señora hacia lo que podía y eso que no debía, porque quien debía y podía estaba en Doñana viendo el debate.

Los candidatos emergentes representaban una izquierda sin complejos y una derecha sin posos franquistas. Frente a ellos, dos partidos tradicionales que se han alternado en el poder y se resisten a compartirlo con advenedizos no profesionales.

Así, en esencia, fue el debate. Además de las tradicionales, variadas y estudiadas soluciones para la crisis, el trabajo, las pensiones, la economía, los impuestos, el terrorismo, los catalanes y lo que se tercie. Y junto con las soluciones, un atractivo paquete de promesas electorales que hizo las delicias de la audiencia.

Antes y después del debate, actuaron las mejores promesas de la cadena. En los minutos de publicidad, sólo los elegidos pudieron susurrarnos sus “recomendaciones comerciales”… esos minutos publicitarios valían su peso en oro.

Cada uno de los candidatos afirma haber superado al resto. La cadena muestra satisfecha los datos de audiencia y los telespectadores han pasado una noche agradable. Querer que las promesas electorales se cumplan y que las soluciones propuestas sean efectivas… es ya pedir demasiado.

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